Tolmark en el solsticio de invierno

Vornak uth’nara…— escuchó el goblin. Respiró profundo, sintiendo como sus pulmones se helaban con el aire invernal que silbaba un mal presagio. No quería girarse, pero lo hizo. Dio un vistazo al horizonte de pinos antiguos. Estaba completamente SOLO.

—No puedo acobardarme —se repetía. Pues le había dicho a Bryna, la chica más hermosa de su clase, que demostraría que el mito del lago no eran más que tonterías.

Primera vez en su corta vida que se adentraba tanto en el bosque y si su madre lo descubría, pasaría todo diciembre limpiando el establo de los renos. La oscuridad del solsticio de invierno venía acompañada de muchas leyendas entre los seres mágicos que habitaban Ravenpine, pero aquella noche estaba impregnada de una malignidad casi palpable.

Sus botas se hundían en la nieve, sintiendo el peso de su propia valentía—o quizá de su estupidez—, y avanzó.

Distinguió una sombra entre los árboles, y colocó sus manos en posición defensiva. No se dejaría vencer tan fácilmente, al fin de cuentas, era un goblin con grandes poderes. Y lo más seguro es que fuera uno de sus amigos intentando asustarlo. Continuó por el sendero que serpenteaba, y entonces escuchó ecos de un grito que sonaba antiguo, como si alguien que sufrió hace cientos de años hubiese dejado sus peores memorias. Se tapó los oídos, y un fuerte viento movió su cabello y le erizó la piel. Respiró profundo, sin detenerse. Entonces, en la nieve encontró marcas de runas, triángulos, un ojo, espirales.

—¿Quién anda ahí? —preguntó con más esperanza que valor, y su voz apenas rompió el silencio.

De repente, algo brilló entre los árboles: un destello pálido, casi como ojos observándolo. Tolmark dio un paso atrás, su abrigo enredándose con una rama baja, y soltó un gritito ahogado que se apresuró a convertir en un tosido.

—Tranquilo, Tolmark, eres un explorador profesional —murmuró. De inmediato buscó en su bolso el monóculo mágico que grabaría cualquier actividad sobrenatural, y se lo ajustó en el ojo derecho. El aparato emitió un leve zumbido al activarse, proyectando un tenue resplandor azul que iluminó el camino.

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Delante de él, huellas aparecían en la nieve, una tras otra, sin que nadie las estuviera dejando.
—Claro, porque esto es completamente normal —masculló, pero era lo suficientemente imprudente para no regresar.
Mientras seguía las huellas, un recuerdo comenzó a abrirse paso en su mente. Era una noche frente a una fogata, rodeado de otros seres mágicos de Ravenpine. Un anciano fauno, con una copa de vino en una mano y un bastón en la otra, había contado una historia que ahora parecía demasiado cercana para su comodidad.
—En el solsticio de invierno, cuando la noche alcanza su mayor poder, las sombras se alargan y los susurros del lago despiertan —había dicho el fauno, clavando su mirada en las llamas—. Hay quienes creen que un espíritu habita en las profundidades, robando la esperanza de quienes osan acercarse.
Tolmark había reído entonces, llevándose un puñado de castañas a la boca.
—¿Un espíritu? ¿De qué tipo? ¿El que reparte caramelos en la noche más larga?
Pero nadie había reído con él.

Volviendo al presente, Tolmark se estremeció al recordar la mirada seria del fauno, pero su terquedad lo impulsó a seguir adelante. La nieve bajo sus botas crujía con cada paso, aunque no podía saber si ese sonido era suyo o de algo—o alguien—siguiéndolo.

Entonces, vio las velas.

Velas negras, apagadas, dispuestas en un círculo sobre el hielo del lago. Su monóculo brilló intensamente al detectarlas, destacando los restos de cera derretida y las marcas grabadas en el hielo, como runas incompletas. Se inclinó para observarlas más de cerca.

—Velas negras en la noche más larga… Sí, seguro que esto es una idea estupenda —dijo en voz baja, aunque una parte de él ya estaba planeando cómo reportarlo como «un hallazgo increíblemente valioso».

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El lago era muy oscuro y reflejaba como un espejo las pocas estrellas que brillaban aquella fría noche, pero no era lo único que reflejaba el lago. Al acercarse, Tolmark vio unos ojos azules que provenían de las profundidades de las aguas heladas, y que a la vez, estaban justo detrás de él. Antes de que pudiera girarse a comprobar qué había en su espalda, el hielo del lago se quebró y unas extremidades que se extendían como ramas deformes lo alcanzaron, agarrándolo de sus orejas puntiagudas.

—Vornak uth’nara…— volvió a escuchar.

—¡AHHH! —gritó, agitándose. El dolor era real, punzante, y sintió la presión de unas manos heladas que lo tiraban hacia el agua. Se revolvió como pudo, soltando una explosión de magia verde desde sus manos. La criatura chilló con un eco que resonó dentro de su cabeza, y el goblin cayó de espaldas sobre la nieve.

El corazón le martillaba. ¿Qué había sido eso? Miró rápidamente a su alrededor, pero la sombra había desaparecido, dejando solo el eco de su risa.

—Bryna va a oír sobre esto… si salgo vivo —masculló, levantándose tambaleante.

Cuando volvió a ver el reflejo del lago, vio que un ser estaba sentado en sus hombros, unos ojos verdes que veían el lago.

Lanzó un grito tan agudo que parecía el tono de una chica. Se tropezó y por poco cae al agua, pero una energía lo sostuvo y lo incorporó. Entonces pudo detallar al ser.

Era un ente blanquecino, etéreo, que emergía como una bruma que tomaba forma. Su rostro era delicado, hermoso, con ojos que reflejaban una calma sobrenatural. Llevaba un vestido hecho de flores translúcidas que parecían florecer con cada movimiento. De su cabeza salían astas finas, decoradas con pétalos brillantes. Su aroma era dulce, como magia mezclada con bambú recién cortado.

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Cuando Tolmark se incorporó, dio un paso al costado, tropezando con sus propias botas.

—¡N-no te acerques! —espetó, con las manos alzadas, listo para atacar. Pero las palabras se le atragantaron en la garganta. No podía apartar la mirada de ella.

La figura se inclinó levemente, sus movimientos flotaban. Cuando habló, su voz era como el viento a través de las hojas.

—Tolmark, si hubieras entrado al agua… no estarías aquí ahora.

—¿Qué? ¿Qué eres? —gruñó, apretando el monocular como si fuera a salvarlo. Aunque en el fondo se sentía ridículo: ¿cómo podía amenazar algo tan hermoso?

—No temas. Soy un espíritu guardián. Estoy aquí por ti, joven impulsivo.

Tolmark tragó saliva, sonrojándose ligeramente al darse cuenta de que había estado asustado de algo tan… angelical.

—¿P-por mí? ¿Por qué?

Ella extendió una mano, señalando el lago.

—La bruja de obsiluna fue sellada aquí durante el solsticio de invierno. Las leyendas no mienten, Tolmark. Ella yace atrapada en una piedra en las profundidades del lago, pero esa prisión puede romperse si un alma sucumbe a su trampa. A cambio, ella tomará tu cuerpo para liberar la suya.

Tolmark palideció.

—Yo no iba a caer… solo estaba… investigando.

El espíritu esbozó una sonrisa leve, aunque sus ojos reflejaban gravedad.

—Algunas leyendas no necesitan ser comprobadas.

Ella movió su mano, y en su palma apareció una vela blanca que emitía una luz cálida, serena.

—Esto es para ti. Si vuelves a sentir el peso de la oscuridad, enciéndela. Te protegerá.

Tolmark la tomó con cuidado, todavía intimidado, aunque al hacerlo sintió una calidez que le recorrió el cuerpo.

—Gracias… creo.

El espíritu asintió antes de desvanecerse como un suspiro. Su aroma quedó flotando por unos instantes más, mientras Tolmark se quedaba ahí, con el corazón acelerado, intentando convencerse de que no había tenido miedo.

—Bryna nunca va a saber esto…

—No te metas en problemas. Y Tolmark, recuerda que en las ceremonias de celebración del solsticio de invierno debes agradecer antes de pedir.

—Sin dudas agradezco salir con vida de esto —comentó sobándose la nuca.

Y al final, la guardiana reveló en su último susurro:

—Vornak uth’nara… significa «eco de la muerte». La oscuridad que sientes, Tolmark, es la muerte misma que busca nuevas almas para devorar. No vuelvas, y no permitas que tus amigos lo hagan.

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El eco de los espíritus del bosque

Cuando los ecos de espíritus olvidados alcanzan el pacífico pueblo de Ravenpine, Edgard, el único humano en una familia mágica, sabe que debe enfrentarse a algo mucho más oscuro que las historias de miedo que le contaban de niño. Acompañado por su hermano Tolmark, un goblin travieso e impredecible, y una corneja que parece saber más de lo que muestra, Edgard deberá enfrentar terrores que desafían toda lógica. En Ravenpine, el miedo será inevitable, pero retroceder simplemente no es una opción.

Autora de fantasía, misterio sobrenatural y humor

Desde que tengo memoria, la magia y la fantasía han sido el centro de mis historias. Siempre me ha fascinado explorar mundos llenos de criaturas misteriosas, tradiciones antiguas y escenarios donde lo imposible se convierte en realidad.

Recientemente, he comenzado a incorporar elementos de misterio y supersticiones a mis relatos, jugando con lo desconocido y lo oculto, pero sin perder el toque humorístico que da vida a mis personajes. Me encanta la idea de enfrentar a héroes improbables con lo sobrenatural, mostrando cómo incluso en los momentos más oscuros, una chispa de ingenio y valentía puede iluminar el camino.

Mis historias buscan envolver al lector en un mundo lleno de magia y simbolismo, mientras exploran temas universales como el valor, la conexión con la naturaleza y el poder de las historias. Porque al final, siempre hay un poco de magia en cada rincón, si aprendemos a mirar.

Bienvenidos a mis mundos, donde la fantasía y el misterio siempre tienen una pizca de humor para recordarnos que hasta en lo sobrenatural, reír es esencial.

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